Disertación de San Doroteo
La Oración en la vida cristiana
La oración es hablar con Dios; conversar con nuestro Padre del
Cielo, con Jesús, con el Espíritu Santo; conversar con nuestra Madre la Virgen
María, con el ángel custodio con los santos.
En este diálogo lo más natural es que digamos alabanzas, demos
gracias, pidamos perdón o imploremos lo que necesitamos.
Para un cristiano orar es un deber. Si lo consideramos bien; ¡qué
tal suerte la nuestra: poder hablar con Dios o con la Virgen, con la sencillez
y confianza de un hijo con su papá, con su mamá! Porque esto son para nosotros;
y sabemos que nos aman y que todo lo pueden.
Dios escucha siempre nuestras oraciones; lo dice la Biblia:
"Me invocarán, y yo les escucharé" (Jer 29,12);
"Pidan y recibirán" (Jn 16,24).
debemos orar a la Santísima Virgen María porque es la Madre de Dios y es Madre nuestra que intercede por nosotros y a la que nada negará Jesús cuando le hable de nosotros. La historia de la Iglesia está marcada por la experiencia de que María Santísima nuestra Madre escucha siempre a sus hijos. Como bien dice una antigua oración cristiana: "jamás se ha oído decir que alguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu auxilio, haya sido abandonado de ti".
SAN ANDRÉS DE CRETA
Nacido
en Damasco a mediados del siglo VII, abrazó la vida monástica en un
convento de Jerusalén, por lo que también es llamado Andrés
Jerosolimitano. Como legado del Patriarca de la Ciudad Santa, asistió al
lIl Concilio de Constantinopla, que condenó la herejía del monotelismo
(año 681). Más tarde, consagrado obispo de Creta, defendió la legitimidad
del culto a las imágenes. Murió hacia el año 720.
San Andrés de Creta fue un excelente compositor de himnos sagrados,
hasta el punto de que la Iglesia oriental ha incorporado algunos a su
liturgia. Además se conservan veintidós homilías suyas. Las que se
refieren a la Virgen gozan de particular importancia, pues constituyen un
testimonio muy elocuente de la fe en la Inmaculada Concepción y en la
Asunción corporal de María al Cielo.
Con toda la Tradición de la Iglesia, San Andrés expone que la
Concepción de Nuestra Señora es el inicio de la renovación de la naturaleza
humana, herida por el pecado original. La Virgen María, preservada por
Dios de toda culpa, trae al mundo «las primicias de la nueva creación»,
siendo—como canta la liturgia—lirio que florece entre espinas y paraíso espiritual
donde Jesucristo, el nuevo Adán, establece su morada.
LOARTE
* * * *
Disertaciones
La entrada de Cristo en Jerusalén:
Venid, subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al
encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde Betania, y que se encamina por su
propia voluntad hacia aquella venerable y bienaventurada pasión, para llevar a
término el misterio de nuestra salvación.
Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que,
por amor a nosotros, bajó del cielo para exaltarnos con él, como dice la
Escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y
dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacíamos
postrados.
Él viene, pero no como quien toma posesión de su gloria, con fasto
y ostentación. No gritará —dice la Escritura—, no clamará,
no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, con
apariencia insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada suntuosa.
Corramos, pues, con el que se dirige con presteza a la pasión, e
imitemos a los que salían a su encuentro. No para alfombrarle el camino con ramos
de olivo, tapices, mantos y ramas de palmera, sino para poner bajo sus pies
nuestras propias personas, con un espíritu humillado al máximo, con una mente y
un propósito sinceros, para que podamos así recibir a la Palabra que viene a
nosotros y dar cabida a Dios, a quien nadie puede contener.
Alegrémonos, por tanto, de que se nos haya mostrado con tanta
mansedumbre aquel que es manso y que sube sobre el ocaso de
nuestra pequeñez, a tal extremo, que vino y convivió con nosotros para
elevarnos hasta sí mismo, haciéndose de nuestra familia.
Dice el salmo: Subió a lo más alto de los cielos, hacia
oriente (hacia su propia gloria y divinidad, interpreto yo), con las
primicias de nuestra naturaleza, hasta la cual se había abajado impregnándose
de ella; sin embargo, no por ello abandona su inclinación hacia el género
humano, sino que seguirá cuidando de él para irlo elevando de gloria en gloria,
desde lo ínfimo de la tierra, hasta hacerlo partícipe de su propia sublimidad.
Así pues, en vez de unas túnicas o unos ramos inanimados, en vez
de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo
recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo,
revestidos de su gracia, mejor aún, de toda su persona, porque todos
los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos
tendidos a sus pies, a manera de túnicas.
Nosotros, que antes éramos como escarlata por la inmundicia de
nuestros pecados, pero que después nos hemos vuelto blancos como la nieve con
el baño saludable del bautismo, ofrezcamos al vencedor de la muerte no ya ramas
de palmera, sino el botín de su victoria, que somos nosotros mismos.
Aclamémoslo también nosotros, como hacían los niños, agitando los
ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que
viene en nombre del Señor, el rey de Israel.
http://www.mercaba.org/TESORO/san_andres_de_creta.htm http://www.mercaba.org/TESORO/san_andres_de_creta.htm
(9, Liturgia de las
Horas)
Madre inmaculada
(Homilía I en la Natividad de la Santísima Madre de Dios)
Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la
naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia.
Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor
ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso
Salvador en la casa de David su siervo, es
decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen por quien llega la salud y
la expectación de los pueblos.
Que las almas buenas y agradecidas entonen un cántico de alegría; que la
naturaleza convoque a todas las criaturas para anunciarles la buena nueva
de su renovación y el inicio de su reforma (...). Salten de alegría las
madres, pues la que carecía de descendencia [Santa Ana] ha engendrado una
Madre virgen e inmaculada. Alégrense las vírgenes, pues una tierra no sembrada por el
hombre traerá como fruto a Aquél que procede del Padre sin separación,
según un modo más admirable de cuanto puede decirse. Aplaudan las mujeres,
pues si en otros tiempos una mujer fue ocasión imprudente del pecado, también ahora una mujer nos trae las
primicias de la salvación; y la que antes fue rea, se manifiesta ahora
aprobada por el juicio divino: Madre que no conoce varón, elegida por su
Creador, restauradora del género humano.
Que todas las cosas creadas canten y dancen de alegría, y contribuyan
adecuadamente a este día gozoso. Que hoy sea una y común la celebración
del cielo y de la tierra, y que cuanto hay en este mundo y en el otro
hagan fiesta de común acuerdo. Porque hoy ha sido creado y erigido el
santuario purísimo del Creador de todas las cosas, y la criatura ha preparado a su Autor un hospedaje nuevo y apropiado.
Hoy la naturaleza, antiguamente desterrada del paraíso, recibe la
divinidad y corre con paso alegre hacia la cima suprema de la gloria.
Hoy Adán ofrece María a Dios en nuestro nombre, como las primicias de
nuestra naturaleza; y estas primicias, que no han sido puestas con el
resto de la masa 1, son transformadas en pan para la reparación del género
humano.
Hoy se pone de manifiesto la riqueza de la virginidad, y la Iglesia, como
para las bodas, se embellece con la perla inviolada de la verdadera
pureza.
Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe el don de su primera formación por las manos divinas y
reencuentra su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían
oscurecido el esplendor y los encantos de la naturaleza humana; pero nace
la Madre del Hermoso por excelencia, y esta naturaleza recobra en Ella sus
antiguos privilegios y es modelada siguiendo un modelo perfecto y verdaderamente
digno de Dios. Y esta formación es una perfecta restauración; y esta
restauración una divinización; y ésta, una asimilación al estado primitivo
(...).
Hoy ha aparecido el brillo de la púrpura divina, y la miserable naturaleza
humana se ha revestido de la dignidad real.
Hoy, según la profecía, ha florecido el cetro de David, la rama siempre
verde de Aarón, que para nosotros ha producido Cristo, rama de la
fuerza.
Hoy, de Judá y de David ha salido una joven virgen, llevando la marca del
reino y del sacerdocio de Aquél que, según el orden de Melquisedec recibió
el sacerdocio de Aarón.
Hoy la gracia, purificando el efod místico del divino sacerdocio, ha
tejido—a manera de símbolo—el vestido de la simiente levítica, y Dios ha
teñido con púrpura real la sangre de David.
Por decirlo todo en una palabra: hoy comienza la reforma de nuestra
naturaleza, y el mundo envejecido, sometido ahora a una transformación
totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación.
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1. Clara alusión a que la Santísima Virgen estuvo inmune del pecado
original, con el que en cambio nacen todos los demás seres humanos.
SAN ANASTASIO SINAÍTA
Monje y sacerdote en el monasterio del Monte Sinaí, San Anastasio
murió poco después del año 700. Es, por tanto, uno de los últimos
escritores orientales a quienes se reconoce el titulo de Padre de la
Iglesia.
Testigo y defensor de la fe, San Anastasio Sinaíta dejó con frecuencia su
retiro para refutar las herejías, especialmente el monotelismo—muy
desarrollado en Oriente por aquellos años—, que negaba la existencia de
una voluntad humana en Jesucristo. Precisamente la mayor parte de su
actividad literaria—poco estudiada aún—se concentró en esta polémica, a la
que sólo pondría fin, en el año 681, el Concilio lIl de Constantinopla. Compuso,
además, una pequeña historia de las herejías y de los sínodos
eclesiásticos, un comentario al relato bíblico de la Creación, varias
homilías y un volumen de preguntas y respuestas sobre cuestiones
predominantemente morales.
Entre sus homilías más conocidas se encuentra el Sermón sobre la Santa
Sínaxis, donde resume la doctrina sobre la Eucaristía y exhorta a los
cristianos a comulgar dignamente.
LOARTE
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Para comulgar dignamente
(Sermón sobre la Santa Sínaxis)
Grande es nuestra miseria, carísimos. Porque debiéramos tener el
espíritu encendido, atento en la oración y en la súplica, principalmente
en la celebración del misterio eucarístico, y estar llenos de temor y
temblor en la presencia del Señor mientras se celebra la Misa. Sin
embargo, ni siquiera le ofrecemos el Sacrificio con pura conciencia, con
espíritu contrito y humillado, sino que durante la Santa Sínaxis terminamos
nuestros asuntos públicos y la administración de muchos y vanos negocios.
Hay gentes que no se preocupan en pensar con qué pureza y con qué
dolor de sus pecados se han de acercar a la Sagrada Mesa, sino qué
vestidos se han de poner. Otros vienen, pero no se dignan permanecer hasta
el fin, sino que preguntan a los demás en qué punto va la Misa y si llega ya
el tiempo de la Comunión; y entonces rápidamente, como los perros, saltan,
arrebatan el místico pan y se marchan. Otros, presentes en el templo de
Dios, no están quietos ni un momento, y se dedican a conversar prestando
mas atención a las habladurías que a la oración. Otros no se preocupan
absolutamente nada de su conciencia, ni de limpiar las manchas de sus
pecados por medio de la penitencia, y van acumulando pecados sobre pecados
(...).
Pues dime: ¿con qué conciencia, con qué estado de alma, con qué
pensamientos te acercas a estos misterios, si en tu corazón te está
acusando tu misma conciencia? Contéstame: si tuvieras las manos manchadas
de estiércol, ¿te atreverías a tocar con ellas las vestiduras del rey? Ni
siquiera tus mismos vestidos tocarías con las manos sucias, antes bien, te
las lavarías y enjugarías cuidadosamente, y entonces los tocarías. Pues,
¿por qué no das a Dios ese mismo honor que concedes a unos viles
vestidos?
Entrar en la iglesia y honrar las imágenes sagradas y las veneradas
cruces, no basta por sí solo para agradar a Dios, como tampoco lavarse las
manos es suficiente para estar completamente limpio. Lo que verdaderamente
es grato a Dios es que el hombre huya del pecado y limpie sus manchas por
la confesión y la penitencia. Que rompa las cadenas de sus culpas con la
humildad del corazón, y así se acerque a los inmaculados misterios.
Quizá diga alguno: no me es grato llorar y dolerme. ¿Por qué? Porque no
meditas, porque no piensas, porque no ponderas el terrible día del juicio.
Con todo, si no puedes llorar, al menos manten un porte grave y respetuoso;
echa lejos de ti el orgullo, ponte en la presencia del Señor y, con los
ojos vueltos a la tierra y con espíritu contrito, reconócete pecador. ¿No
ves cómo los que están en la presencia de un rey terreno, que muchas veces
es un impío, se comportan ante él con reverencia?
Permanece, pues, ante Dios con paz y compunción; confiesa tus pecados a
Dios por medio de los sacerdotes. Condena tus propias acciones y no te
avergüences, porque hay una vergüenza que conduce al pecado y una
vergüenza que es honor y gracia (Sir 4, 25). Condénate a ti mismo delante
de los hombres, para que el juez te declare justo delante de los ángeles y
delante de todo el mundo.
Pide misericordia, pide perdón, pide la remisión de tus culpas pasadas
y verte libre de las futuras, para que puedas acercarte dignamente a tan
grandes misterios, para participar con pura conciencia del cuerpo y sangre
de Cristo, para que te sirvan de purificación y no de condenación. Oye a
San Pablo, que dice: pruébese a sí mismo el hombre, y así coma de aquel
pan y beba de aquel cáliz. Porque quien lo come y bebe indignamente, come
y bebe su propia condenación, no haciendo el discernimiento del cuerpo
del Señor. Por eso hay entra vosotros muchos enfermos y achacosos y mueren
bastantes (1 Cor 11, 28 ss.). ¿Comprendes ahora cómo la enfermedad y la
muerte provienen, con mucha frecuencia, de acercarse indignamente a los
divinos misterios?
Pero, tal vez dirás: ¿pues quién es digno? También caigo yo en la
cuenta de esto. Y, sin embargo, serás digno con tal de que quieras.
Reconócete pecador; apártate del pecado, huye de la maldad y de la ira.
Practica obras de penitencia. Revístete de templanza, de mansedumbre y de
longanimidad. De los frutos de la justicia saca compasión y entrañas de
misericordia para los necesitados, y entonces te habrás hecho digno.
http://www.mercaba.org/TESORO/san_anastasio_sinaita.htm http://www.mercaba.org/TESORO/san_anastasio_sinaita.htm
ANFILOQUIO DE ICONIO
ANFILOQUIO DE ICONIO, que murió
después del 394, era primo de Gregorio de Nacianzo y amigo de los tres Padres
Capadocios. Estudió en Antioquía, practicó la abogacía en Constantinopla, y en
el 373 fue hecho obispo de Iconio; luchó contra el arrianismo y contra
diferentes sectas derivadas del maniqueísmo. Se conservan algunas de sus obras:
unas homilías sobre fiestas litúrgicas y una obra en verso, en
la que se incluye una relación de los libros inspirados.
Sermón de Navidad (de
atribución dudosa)
Alabanzas a la Virgen:
Deudores por tanto y
siervos fieles como somos del Señor, presentemos al Verbo de Dios y también a
la Virgen el obsequio de nuestra palabra; confesémosles. No nos retraiga la
pequeñez de nuestra ofrenda; resignados con los escasos bienes de nuestra
naturaleza, adoremos alegres las excelencias del Señor. No consienten estos
misterios ser expresados con las galas de la humana elocuencia; tan sólo
hablamos de ellos para que a todos nos ilustre la luz esplendorosa de sus
divinos recuerdos. Siempre es vergonzoso ser vencido por los enemigos; confesar
empero que esto supera toda humana comprensión, es y será nuestra mayor gloria.
Cantémosla, pues, santamente, disponiéndonos con alegría a celebrar, glorificar
y engrandecer estos sacramentos incomprensibles e inefables y, empezando por la
salutación celeste del ángel San Gabriel, digamos: Ave gratia plena,
Dominus tecum. Repitamos esta síntesis del ángel, diciendo: Salve,
alegría suspirada de los hombres; salve, gloria de la Iglesia; salve, hermoso
rostro resplandeciente por divinos fulgores; salve, venerabilísimo monumento;
salve, saludable y espiritual vellocino de oro; salve, vestida de luz, madre
del Sol sin ocaso; salve, madre incorrupta de santidad; salve, resplandeciente
fuente de aguas vivas; salve, sí, nueva madre, prodigio de un nuevo nacimiento;
salve, libro nuevo de Isaías, lleno de nuevas revelaciones; fieles testigos
tuyos son los ángeles y los hombres. Dios te salve, alabastro de ungüento de
santificación; Dios te salve, oh Virgen, que compraste a buen precio el denario
de la virginidad; salve, imagen que encierras a tu propio artífice; Dios te
salve, Virgen, que con tu humanidad enamoraste a Dios y estrechaste en tu seno
al que los cielos inmensos no pueden contener.
(Huber 1, 401-402)
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