jueves, 14 de junio de 2018


El silencio de María
El silencio que se cierne como un velo sobre la vida de María, puede resultar incómodo porque nos obliga a tener una actitud de contemplación y nos obliga a penetrar el misterio que en parte se desvela en la medida que te vas configurando con María Santísima. Una vez que sucede un encuentro más íntimo con Dios, entiendes que la única manera de vivirlo es en el silencio y en la contemplación.
Cuando María es desposada a José, vería en ese evento la Voluntad Divina, que poco a poco se iría abriendo a realizar todos los anhelos que lentamente se anidaban en su corazón. El deseo de ser sólo para Dios, que sería concretado en la anunciación cuando el llamado de Dios a ser madre del Salvador, no puede encontrar otra respuesta más que entregarse completamente como una esclava al designio de un Dios que se baja a mirar su pequeñez.
Ella ve con toda claridad el mensaje del ángel Gabriel, ella está acostumbrada a ser dócil a la Voluntad Divina, tiene ya un ejercicio en la virtud de la mansedumbre que le permite acoger el misterio sin confundirse, sin especular. 
El silencio de María nos interpela a analizar nuestra capacidad de callar y orar cuando Dios nos invita a un nuevo nivel de intimidad con Él.
Pidamos a María que nos ayude a ver la vida con pureza de corazón y así poder contemplar gozosamente el misterio que cada alma está invitada vivir porque somos hijos de un Dios que tiene sed de nuestro amor.

María, mujer de pocas palabras
María, la Virgen del Silencio, nos enseña el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Nos alecciona magistralmente en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.



No podemos entrar inmediatamente en la presencia de Dios sin una experiencia de un silencio interior y exterior.
Santa Teresa de Calcuta







3 formas de silencio para relacionarse con Dios de Santa Teresa de Calcuta

1.- El silencio de la boca

Este tipo de silencio nos enseñará muchísimas cosas: a hablar con Cristo; a estar alegres en los momentos de desolación; a descubrir muchas cosas prácticas para decir. En los momentos de desolación, Cristo habla por medio de los demás y en la meditación nos habla directamente. Además, el silencio nos asemeja mucho más a Cristo, puesto que Él siente amor especial por esa virtud.

2.- El silencio de los ojos

Guardemos, entonces, el silencio de los ojos, el cual nos ayudará siempre a ver a Dios. Los ojos son como dos ventanas a través de las cuales Cristo y el mundo penetran en nuestro corazón. Muchísimas veces necesitamos un gran valor para tenerlos cerrados. Cuántas veces decimos: "Qué lástima no haber podido mirar aquello", quedamos entonces preocupados por no poder vencer el deseo de mirarlo todo.

3.- El silencio de la mente y del corazón

La Virgen María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón". Este silencio la aproximó tanto al Señor, que nunca tuvo que arrepentirse de nada. Mira cual fue su comportamiento al ver la confusión de San José. Una palabra suya hubiera bastado para poner claridad en su mente; con todo, ella prefirió no decir nada y el propio Señor obró el milagro de rescatar su inocencia. ¡No podríamos encontrar un argumento mejor para convencernos de la necesidad de silencio! Creo que así el camino hacia una más profunda unión con Dios se hace clarísimo.
El silencio nos proporciona una visión nueva de todas las cosas. Necesitamos el silencio para poder acercarnos a las almas. Lo más importante no es aquello que decimos, sino aquello que Dios nos dice y lo que dice a través de nosotros. Jesús está siempre pronto a presentársenos en el silencio. En el silencio, nosotros lo escuchamos, Él habla a nuestro espíritu, y nosotros podemos escuchar su voz.
El silencio interior es sumamente difícil, pero tenemos que esforzarnos por pedirlo.
En el silencio hallaremos una nueva energía y una genuina unión con Dios. Su fuerza será nuestra fuerza para poder cumplir bien nuestras tareas, y eso ocurrirá por la unión de nuestro pensamiento con el suyo, por la unión de nuestras acciones con sus acciones, por la unión de nuestra vida con su vida. Todas nuestras palabras serán por completo inútiles a menos que procedan de lo más íntimo de nosotros mismos. Las palabras que no procuran la luz de Cristo no hacen más que aumentar en nosotros la confusión.
Todo esto exigirá mucho sacrificio, pero si efectivamente intentamos orar y queremos sinceramente orar, hemos de estar prontos a hacerlo ahora mismo. Estos son sólo los primeros pasos hacia la plegaria, pero si nos decidimos a darlos con resolución, podremos llegar hasta el último grado: la presencia de Dios.

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