San Germán de París
SAN AMBROSIO
Hijo de un prefecto de
pretorio de las Galias, Ambrosio pertenecía a una familia cristiana. Sin
embargo, conforme a una costumbre de la época, en vigor sobre todo en las
grandes familias, según la cual se retardaba e; bautismo hasta la edad adulta y
aun hasta la víspera de la muerte,el niño no fue bautizado.
Huérfano muy pronto, sin embargo pudo, gracias a la solicitud de sus
tutores, hacer en Roma serios estudios de gramática, de retórica y
familiarizarse con los autores griegos.
Habiendo entrado en la administración imperial, se le asignó Milán, con el
título de “Consular” de la provincia de Liguria-Emilia.
En el ejercito de sus funciones tuvo que intervenir para el
mantenimiento del orden, a la hora de la elección del sucesor del Obispo
Auxencio. En efecto, el difunto era un mantenedor del arrianismo; y aunque
tenía sus partidarios, el colegio de electores y el conjunto de los fieles, en
mayoría, habían permanecido fieles a la ortodoxia. Valentiniano l había
aconsejado “escoger un hombre cuya vida pudiese servir de ejemplo”. La sesión
era agitada. Y al hablar en favor de la paz, Ambrosio se mostró tan persuasivo
que se vio en él, ya no al funcionario encargado de lograr la calma momentánea,
sino al Pontífice capaz de restablecer definitivamente la concordia. Se escuchó
una voz que gritó: “¡Ambrosio Obispo!”, y la muchedumbre la
repitió con entusiasmo delirante. “Vox populi, voz Dei” . . . La elección por
aclamación fue ratificada por el emperador Valentiniano. En el transcurso de
algunos días, de algunas semanas a lo más, el recién electo recibió todos los
sacramentos, desde el bautismo hasta el Episcopado. Esto ocurría en el año 374.
Ambrosio tenía alrededor de 34 años.
Pero este obispo improvisado carecía aun de los primeros rudimentos
de la teología. ¡Qué responsabilidad la del cargo de unstruir a los demás
siendo uno mismo ignorante! Consciente de la importancia de esta misión,
Ambrosio se arrojó con avidez sobre la Sagrada Escritura, luego sobre los
aotores cristianos de los dos siglos precedentes, en particular sobre los
griegos. Sin embargo, enseñar es la mejor manera de aprender: él mismo se
comprenetraba de la doctrina cristiana al exponerla a su pueblo de manera
familiar, en parábolas y alegorías, como el Evangelio.
Predicando todavía más con el ejemplo, se despojó de su patrimonio en
favor de los pobres, y no temió llegar hasta vender los vasos preciosos de su
Iglesia para rescatar cautivos. Su eloguencia y su prestigio se ganaron la
confianza y vencieron las últimas vacilaciones de un joven retórico recién
instalado en Milán: Agustín, el futuro obispo de Hipona.
Muy pronto se extendió su fama, y su influencia se ejerció mucho más
allá de su diócesis. En el año 381 estuvo en el Concilio de Aquilea, que
destituyó a varios obispos arrianos; luego se reunía con los obispos del
Vicariato de Italia para condenar el apolinarismo; y en el Concilio de Roma de
382 su nombre figura en las actas inmediatamente después del nombre del Papa
San Dámaso, antes de los de San Epifanio de Salamina y San Paulino de Antioquía.
Doctor en constante ejercicio por la enseñanza de las verdades de la
Fe, Ambrosio tenía que ser al mismo tiempo el defensor de la ortodoxia. Lo fue,
hasta enfrentarse, cuando se ofreció el caso, a la insolencia de la herejía y a
las descaradas manifestaciones del paganismo expirante. La Emperatriz Justina
trata de restaurar el arrianismo en Milán y de concederle una de las basílicas:
el obispo desbarata hábilmente la maniobra. En el año 382, el Emperador
Graciano manda demostrar la estatua de la Victoria que desde el reinado de
Augusto estaba entronizada en el Senado. Los senadores paganos se amotinan,
Graciano es asesinado, y ellos explotan la debilidad de su sucesor,
Valentiniano ll, un niño de l2 años, para volver a la carga. Su delegado, el fogoso
Símaco, pronincia un discurso inflamado. La respuesta de Ambrosio echa por
tierra toda su argumentación: aquella estatua no volverá a su antiguo lugar.
En 388, en Calinicum, en la lejana Provincia de Osroene, en el curso
de enardecidos enfrentamientos, una sinagoga judía fue quemada por monjes. El
Emperador Teodosio resuelve que sea reconstruida a costa del obispo, a quien se
considera como responsable. ¿Medida de tolerancia y aun de justicia, diríamos
ahora? ¿Pensaba Ambrosio que los judíos eran los primeros fautores de
perturbaciones y que la comprención concedida los haría todavía más arrogantes
y nefastos? El caso es que en plena ceremonia, no temió apostrofar públicamente
al Emperador exigiéndole que anulase su orden. ¡Júzguese por esto del extraordinario
ascendiente del obispo sobre la mayor autoridad del mundo a la sazón! “El
Emperador está dentro de la Iglesia; no está por encima de ella”, exclamó sin
temor el Pontífice.
Eso mismo se hizo todavía más notable cuando ocurrióla matanza de
Tesalónica en 390. Habiendo sido muertos algunos funcionarios durante un motín,
el emperador había ordenado terribles represalias. Llamada al circo so pretexto
de una representación, la población fue exterminada en masa, sin distinción de
inocentes y culpables; y a la traición del procedimiento se agregó todavía el
herror del crimen. “Si los reyes delinquen, los obispos no deben dejar de
corregirlos con justas amonestaciones”. El obispo excomulgó al emperador. Y
cuando éste, para excusarse si no para justificarse, invocó el ejemplo del Rey
David que había hecho matar a Urías, le respondió el Prelado: “Bien: si lo
habéis imitado en el crimen, imitadlo ahora en la penitencia”. La penitencia
fue terrible, penitencia pública y prolongada conforme a las costumbres de la época.
El príncipe, dominado, subyugado, sufrió esos riesgos y la humillación ante los
ojos de su pueblo, rindiéndole además a su vencedor este testimonio: “Entre
todos los que yo he conocido solamente Ambrosio merece verdaderamente el ser
llamado Obispo”.
Este Doctor es un pastor más que un retórico. Lo cual quiere decir
que su enseñanza es más práctica que especulativa. Su cátedra no es la de la
Iniversidad sino la de su catedral. Y sus lecciones están más impregnadas de
Psicología que de Metafísica.
Por lo demás, su gran cultura literaria siembra sus escritos de
citas, o al menos de giros tomados tanto de los autores cristianos como de los
profanos, griegos y latinos. “San Ambrisio, dice Fenelon, sigue la moda de su
tiempo: le da a su discurso los ornamentos que en su época eran de gran
estima”. . . “En él late la tradición de la antigüedad. Los dos escritores cuya
imitación es más notable y a menudo demasiado marcada en el genio de Ambrosio
son Tito-Livio y Virgilio. Creo poder agregar a Cicerón y Séneca. . . Hay
bellos reflejos de la antigüedad en el desigual estilo de su discípulo
cristiano. Y lo que hace falta en la forma está compensado por la excelencia
del fondo” (Villemain, St. Ambroise, en Biographie
universelle). “Aun en los pasajes más austeros hay locuciones que parecen venir
de Lucano, de Terencio y aun de Marcial y Ovidio” (B. Thamin, St.
Ambroise et la morale chrétienne au lVe siècle, c. Vll).
En cuanto a los escritores aclesiásticos, sus antepasados o sus
contemporáneos, Ambrosio conoce sobre todo a Clemente de Alejandría, Orígenes,
Dídimo, San Basilio. Una obra exegética primeramente, el Hexamerón, seis
libros de homilías sobre episodios del Antiguo Testamento que
le proporcionan los temas de exposiciones dogmáticas o de exhortaciones morales: El
Paraíso terrenal, Caín y Abel, los Patriarcas, Noé, Abraham, Isaac, Jacob,
José, los profetas y santos personajes, Elías, Tobías, Job,
David sobre todo, cuya apología hace, y del que luego comenta doce
salmos, particularmente el ll8. En cuanto al Nuevo Testamento no se
posee de él sino un Comentario del Evangelio según San Lucas, en
l0 libros.
A ejemplo de Filón, Ambrosio ve en los Patriarcas “las leyes vivas y
razonables”, que los cristianos no solamente deben admirar y alabar, sino sobre
todo seguir. Nada hay, aun sus faltas, incluidas en el relato bíblico, que no
se juzgue con una extrema indulgencia, pues se presentan como “misterios” más
que como actos culpables.
En el dominio doctrinal, San Ambrosio se dedica sobre todo a combatir
al arrianismo. El tratado “Sobre el Espíritu Santo”, en tres
libros, y en fin “El misterio de la Encarnación del Señor” son
refutaciones de la herejía al mismo tiempo que exposiciones dogmáticas.
El libro “de los Misterios” y el otro “de los
Sacramentos” son lecciones de catecismo sobre el Bautismo, la
Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, dedicados a los recién bautizados.
A propósito de los “Deberes de los ministros”, libro
calcado sobre el “De oficiis” de Cicerón en cuanto al método, pero de una
inspiración auténticamente evangélica, después de dirigirse primeramente a los
clérigos, San Ambrosio trata ampliamente de los principales puntos de la moral
cristiana.
“Lo que separa profundamente la moral del Padre de la Igleisa de la
del moralista pagano es la noción justa del fin último y la certeza de una vida
futura en que la virtud será recompensada y el vicio castigado. De aquí, como
consecuencia inmediata, el desprecio de los bienes terrenales, pero un
desprecio racional, acompañado de inefables esperanzas y que no rompe, como la
apatía estoica, los resosrtes del alma” (R. P. Charles Daniel: La
morale philosophique avant et après l’Evangile).
En su tratado sobre “La Fe”, dedicado al emperador
Graciano, San Ambrosio expone claramente sus intenciones y el modo que
caracterizan sus escritos: “ En el momento de partir para la guerra, oh piadoso
emperador, me pides un tratado sobre la Fe cristiana. . . Yo quisiera mejor
exortar a la Fe que discutir sobre la Fe. Exortar a la Fe es hacer de ella una
ferviente profesión; discutir es un acto de presunción. Y tú no tienes
necesidad de ser exhortado, y yo mismo, ante un piadoso deber que cumplir, no
me sustraigo de él: puesto que la ocasión de ello se me ofrece a mí, voy a emprender,
con una modesta seguridad, una discusión en que se entremezclarán algunos
razonamientos y muchos textos escriturarios”.
Vienen en seguida varios opúsculos sobre las Vírgenes y la
Virginidad, de los que uno está dedicado especialmente a su hemana Marcelina;
otro está destinado a las viudas.
Tres oraciones fúnebres, las de los emperadores Valentiniano y Teodosio,
luego la de su propio hermano Satyrus, verdadero grito de dolor y de amor
fraterno. Un vehemente discurso contra el obispo arriano de Milán, Auxencio.
En cuanto a los himnos compuestos por San Ambrosio, aunque siempre
expresan alguna verdad de fe, evidentemente no son tratados doctrinales, sino
más bien exhortaciones y arranques poéticos o sentimentales que quieren sobre
todo traducir y excitar la piedad popular, que para esto le ofrecen fórmulas
fáciles de retener y de cantar, mucho más que buscar el rigor teológico: por
ejemplo los himnos “Deus creator omnium”, “Aeterne rerum Conditior”. Aunque no
lo inventó, San Ambrosio al menos adoptó y generalizó el canto alternado de dos
coros, la “Salmodia antifónica”. En uno de sus salmos el obispo de Milán exaltó
este método: “¿Se dice que yo encanto al pueblo con los himnos? No niego que
éste sea un encantamiento. ¿Qué cosa en efecto más conmovedora que la confesión
de la Trinidad repetida diariamente por la boca de todo un pueblo, cuando las
voces de la muchedumbre, hombres mujeres y niños, con flujo y reflujo, se
elevan en un estrépito, semejante al de la mar, de grandes oleadas que se
entrechocan y se rompen?”.
Federico Ozanam los juzgaba así: “Plenos de elegancia y de belleza,
de un carácter todavía totalmente romano por su gravedad, con un no sé qué de
varonil en medio de las tiernas efusiones de la piedad cristiana” (La
civilisation au Vle siècle).
A despecho de una traadición quince veces secular y de una rúbrica siempre
mantenida en la Liturgia, la crítica contemporánea califica de leyenda la
inspiración que a la hora del bautismo del joven Agustín haría brotar
espontáneamente en un canto alternado, del pecho del venerable pontífice y de
la gargarta del ferviente neófito, el canto del “Te Deum”. Sin
embargo nadie puede con verosomilitud atribuir su paternidad a otro Doctor.
A sus talentos de escritos San Ambrosio agrega el de delicioso
cultivador del género epistolar. Gustaba de sostener una correspondencia íntima
para contarles a su hermana, a sus amigos, los episodios tanto gozosos como
dolorosos de su vida de obispo. Y esta era también la ocasión de hacer
precisiones exegéticas, dogmáticas o morales. Se dejaba llebar en fin a
elevaciones espirituales que entregaban los tesoros ocultos de su alma de
pastor a almas particularmente queridas.
Pero, llegado el caso, era el jefe que intervenía para reivindicar la
justicia y derrotar a la inquidad. Prueba de ello es la requisitoria que
dirigió al emperador Teodosio: “Se cometió en la ciudad de Tesalónica un
atentado sin ejemplo en la historia. No estuvo en mi mano el impedirlo, pero me
apresuro a manifestar cuán horrible fue. . . Contra vos no tengo ninguna
malquerencia; pero me hacéis experimentar una especie de terror. Yo no me
atrevería a ofrecer el divino sacrificio en vuestra presencia: la sangre de un
solo hombre injustamentevertida me lo impediría, ¿y cómo podría permitírmelo la
sangre de tantas víctimas inocentes?.
Es cierto que no está reunida en tratados didácticos la teología de
San Ambrosio; pero no por ello es menos segura y completa, fundada sobre la
Sagrada Escritura, que el gran Doctor consultaba sin cesar e interpretaba en
consonancia escrupulosa con las decisiones de los Concilios. Reprochaba con
vehemencia, por el contrario, a los herejes el alterarla con sus lucubraciones.
Su doctrina de la Trinidad, de la Encarnación, de la divinidad de
Cristo, de la doble voluntad, divina y humana en la Persona del Salvador, fue
conservada e invocada como una autoridad en el Concilio de Calcedonia, luego en
la enseñanza de soberanos pontífices tales como San León Magno y San Agatón.
Por otra parte, afirma decididamente la maternidad divina y la perpetua
virginidad de María.
Acerca de la condición humana, San Ambrosio ve claramente la causa de
la decadencia en el pecado original, luego la posibilidad de resurgimiento en
la Gracia, fruto de la Sangre redentora de Jesucristo y ofrecida a la iniversalidad
de los humanos.
A San Ambrosio debemos también maravillosas precisiones concernientes
a los Sacramentos. El Bautismo, por ejemplo, es necesario, y
únicamente el que es administrado por la Iglesia. Pero la eficacia del bautismo
no depende de la virtud del ministro; por otra parte, en el caso de que sea
imposible la recepción del sacramento, el martirio puede supliiiirlo, y aun el
solo deseo sincero. La Eucaristía no es solamente un
sacramento sino un sacrificio en que el Divino Salvador renueva mediante las
manos del sacerdote la inmolación que hizo de Sí mismo en la Cruz.
“Es el Señor Jesús quien proclama: ----Esto es mi cuerpo----. Antes
de estas palabras celestiales, existe otra substancia; después de la
consagración el cuerpo de Cristo está presente”. La Penitencia se
establece para la reconciliación de los pecadores, a condición de que éstos
tengan la lealtad de confesar aun sus faltas secretas.---En fin, aunque
exaltando la Virginidad, el Obispo de Milán subraya la alta dignidad del
matrimonio cristiano, cuya indisolubilidad recuerda, y aparta a sus fieles de
enlaces con los paganos y con los herejes.
En esta época el magisterio supremo de la Iglesia aún no dirimía
algunas cuestiones oscuras concernientes a la escatología y a los fines últimos.
Por lo cual en sus primeros escritos, refiriéndose al cuarto libro de Esdras
que él consideraba como auténtico, ¿San Ambrosio parese decir que las almas
separadas de sus cuerpos permanecen como en suspenso en una situación indecisa
hasta que su suerte definitiva se fije en el Juicio final? Por otra parte,
¿deja entender que todos los fieles, cualesquiera que hayan sido sus caídas en
el curso de la vida, serán finalmente salvos? Por el contrario, en sus últimas
obras enseña categóricamente la eternidad de las penas del infirno; y no
exceptúa de éste a los cristianos prevaricadores. Pero las almas justas que ya
no tienen nada que expiar entran, sin dilación, en posesión de la visión
beatífica. Y la oración por los muertos podr 160 ayudar eficazmente a las almas
cuya expiación no haya sido completa.
En fin San Ambrosio es uno de los primeros y de los más ilustres
camperones de la autoridad y de la unidad de la Iglesia: “Donde está Pedro allí
está la Iglesia; donde está la Iglesia no hay muerte, sino la Vida eterna” (Sobre
el Salmo 40, V, 30).---“No se puede tener parte en la herencia de
Pedro sino con la condición de permanecer adherido a su Sede” (De la
Penitencia, I, l, cap. Vll). “Es necesario creer lo que dice el
símbolo de los Apóstoles que la Iglesia romana conserva siempre y nos
propone” (Epístola 42, 5). “La Iglesia es la única guardiana
de la Escritura y de la tradición; Ella es la Ciudad de Dios” (Sobre el
Salmo ll8, ssermón l5). No hay salvación paraa los que se separan de
la Iglesia, en particular para los herejes que la irreformable autoridad de la
Iglesia ha condenado y rechazado conforme al Concilio de Nicea.
Con cuánto vigor también, tanto por sus actitudes como por sus
declaraciones, supo restablecer San Ambrosio ante los Emperadores la distinción
de los dos poderes, el temporal y el espiritual, y reivindicar la primacía del
espiritual.
Nació hacia el año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de
las Galias. Muy pronto, a la muerte de su padre, se trasladó a Roma, donde
realizó estudios humanísticos y jurídicos. Hacia el año 370 fue nombrado
gobernador de Liguria y Emilia, y se instaló en Milán, la capital.
En el año 374 murió Auxencio, obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede
ilegítimamente: San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro.
Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto
desencadenado entre católicos y arrianos. El resultado fue su unánime elección
como obispo. En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo—pues aún era
catecúmeno—la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, bajo la guía
constante del presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.
El estudio sistemático de la Biblia, de cuya intensidad y asiduidad fue
testigo San Agustín, y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de
su incansable actividad como pastor y predicador. Su labor al frente de la
diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos
principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los
paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia
religiosa. Murió en Milán en el año 397. Sus restos descansan en la catedral de
Milán.
San Ambrosio nos ha dejado una abundante producción literaria, con obras de
carácter exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras —cartas, himnos,
discursos...—, aunque prácticamente todas responden a necesidades pastorales.
Las obras exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente,
revisados. Su método se inspira en Orígenes. No comentó libros enteros (a
excepción del evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que
permitieran extraer consecuencias morales.
LOARTE
* * * * *
SAN AMBROSIO DE MILÁN nació, probablemente en el 339, en Tréveris, donde su
padre era prefecto del pretorio de las Galias. Poco después, fallecido su
padre, su madre regresó a Roma, donde Ambrosio recibió una educación orientada
hacia el derecho. Alrededor del 370 fue constituido gobernador de la Liguria y
la Emilia, con residencia en Milán. En el 374, a la muerte del obispo de Milán,
que era pro arriano, la elección del sucesor se presentaba difícil a causa de
las luchas entre arrianos y católicos; y Ambrosio, que como gobernador asistía
para garantizar el orden, fue impensadamente elegido por unos y por otros,
aunque todavía era sólo catecúmeno; poco después recibió el bautismo y fue
consagrado obispo, y, enseguida, distribuyó sus bienes a los pobres. Luego, en
busca de una instrucción más profunda, acudió al presbítero Simpliciano, que
después le sucedería en su sede; en esta instrucción, centrada en el estudio de
las Escrituras, tuvo mucha importancia la lectura de los padres griegos,
especialmente de Orígenes. Ambrosio fue un excelente pastor de almas, que
combinó la predicación e instrucción de los fieles con la defensa interna y
externa de la fe.
Ambrosio mantuvo una lucha firme contra el paganismo, consiguiendo por
ejemplo que no se restituyera a su antiguo lugar en el Senado la estatua pagana
de la Victoria; y contra el arrianismo, por ejemplo resistiendo al poder
imperial cuando la emperatriz quería ceder una iglesia de Milán a los arrianos.
Fue también firme en su actitud con el emperador católico Teodosio, a quien
exigió en una ocasión que hiciera penitencia pública, pronto debidamente
cumplida, por unas matanzas que había ordenado en Tesalónica (se habló de siete
mil muertos) en represalia a unos levantamientos ocurridos allí; el orden de la
sociedad civil, decía, corresponde a la potestad civil, y a ella se someten
también los obispos; pero el cuidado del pueblo cristiano corresponde a sus
pastores, y también a ellos corresponde el juicio moral de las decisiones
políticas que toma un cristiano. Sus relaciones con el emperador, que en más de
una ocasión le pidió consejo, fueron sin embargo buenas. Ambrosio murió en el
397.
SAN AMBROSIO, a pesar de su actividad incesante, escribió muchas obras; lo
cual se comprende mejor al comprobar que muchas de ellas son sermones
predicados para la edificación de los fieles y publicados como tales o, después
de corregidos, como tratados.
Esto ocurre especialmente con sus obras sobre la Escritura, que
ocupan la mitad de su producción literaria. Ambrosio sigue el método alegórico
de Orígenes, en busca del sentido espiritual, y con la intención de edificar al
pueblo. La mayor parte de sus tratados y sermones son sobre escenas o
personajes del Viejo Testamento, y entre ellos destacan sus seis libros Sobre
el Hexamerón, la obra de la creación, en la que sigue de cerca la obra
del mismo nombre de San Basilio. Sobre el Nuevo Testamento tiene sólo un
escrito, el Comentario al evangelio de San Lucas, que es el
más largo de los suyos y comprende unas 25 homilías y algunos tratados breves.
Algunas de sus obras dogmáticas están motivadas por los
problemas que el arrianismo, aunque en franca disminución, seguía planteando en
Milán; dos de ellas están dirigidas al emperador Graciano: Sobre la fe,
a Graciano y Sobre el Espíritu Santo. Otra versa Sobre el
sacramento de la encarnación del Señor. Otras dos tratan sobre los
sacramentos, en concreto sobre el bautismo, la confirmación y la Eucaristía;
son Sobre los misterios y Sobre los sacramentos, en que además
explica el padrenuestro. En otra, Sobre la penitencia, insiste
en que el poder de perdonar lo tiene sólo la Iglesia católica, y también en que
el rigorismo de los novacianos está equivocado. La Exposición de la
fe se conserva sólo en parte.
Obras morales y ascéticas son, por una parte, los tres libros Sobre
los deberes de los ministros, dirigidos a sus clérigos; constituyen el
primer tratado sistemático de ética cristiana, en el que sigue la pauta de la
obra de Cicerón que lleva el mismo nombre. Por otra parte, tiene varios
escritos dedicados a ensalzar la virginidad y el estado de las vírgenes y
viudas consagradas a Dios.
Habría que añadir aún a esta lista varios sermones de
circunstancias y" un gran número de cartas: de entre las
que él mismo publicó sobreviven unas 90; tienen un interés grande para la
historia de la época. Además, Ambrosio compuso muchos himnos, aunque
no todos los que se le atribuyen, que se comenzaron a utilizar entonces en la
liturgia; para algunos de estos himnos, él mismo había compuesto la música.
A Ambrosio se le había atribuido una obra que desde el siglo xvi se sabe
que no es suya y cuyo autor, desconocido, recibe desde entonces el nombre de
AMBROSIASTER o pseudo Ambrosio. Esta obra pertenece a la época de Ambrosio y
tiene mucho interés, por lo que la hemos de mencionar aquí. Se trata del Comentario
a trece epístolas de San Pablo (no se incluye la carta a los Hebreos),
con una exégesis profunda y que se inclina mucho más por el método histórico
que por el alegórico, aunque sin excluir del todo este último.
Al Ambrosiaster se atribuyen también las Cuestiones del Viejo y del
Nuevo Testamento, donde se exponen un gran número de cuestiones
exegéticas y dogmáticas; existen dos redacciones de esta obra, al parecer
hechas sucesivamente por el mismo autor, una con 127 cuestiones y otra con 150,
muchas de las cuales son las mismas.
En todas estas obras del Ambrosiaster se encuentran algunos elementos sobre
el pecado original y la gracia que sugieren algunos de los que luego tratará
San Agustín.
http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/05/05-27_S_agustin_de_canterbury.htm http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/05/05-27_S_agustin_de_canterbury.htm
https://www.youtube.com/watch?v=CoNLowHxteQ&feature=youtu.be https://www.youtube.com/watch?v=CoNLowHxteQ&feature=youtu.be
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