SANTO DEL DIA
28 de mayo
SAN AGUSTÍN DE CANTERBURY
San Agustín de Inglaterra o de Cantorbery debe ser considerado como el
apóstol de los anglosajones, por ser quien, junto con los treinta y nueve
monjes que le acompañaban, dio comienzo en 596 a su conversión. Es cierto que
la primera idea y el impulso principal vino de San Gregorio Magno; pero él fue
quien echó sobre sus hombros y realizó una buena parte de aquella empresa, que
llegó a su feliz término a fines del siglo VII, hacia el año 680. Todo esto
coloca a San Agustín de Cantorbery entre los grandes apóstoles de Cristo, al
lado de San Patricio de Irlanda, de San Bonifacio de Alemania y de tantos otros
evangelizadores de la fe.
Nada sabemos sobre su vida anterior al año 596, en que dio comienzo a
su gran empresa, sino que era monje y prior en el monasterio de San Andrés, que
San Gregorio Magno había fundado en Roma. En Inglaterra había penetrado el
cristianismo desde muy antiguo, según se desprende de los testimonios de
Tertuliano y Orígenes. Así, en pleno siglo IV, sus habitantes, los bretones,
eran en buena parte cristianos; pero, al retirarse las legiones romanas a
principios del siglo V, se vieron acosados por los pictos y escoceses, y, no
sintiéndose con fuerzas para defenderse contra ellos, llamaron en su auxilio a
los sajones del norte de Alemania. Efectivamente, hacia el año 449 entraron
éstos por la isla de Thanet y rápidamente fueron conquistando la Gran Bretaña
y, volviéndose contra los mismos bretones, los fueron acorralando, a ellos y a
los demás indígenas, a los territorios occidentales de la isla. De este modo un
buen número de bretones emigraron al norte de Francia, al que dieron el nombre
de Bretaña, y los demás quedaron reducidos a los territorios de Gales y
Cornualles. Aquí poseían los bretones durante el siglo VI florecientes
monasterios, excelentes príncipes cristianos y grandes obispos, como San David
de Menevia († 544) y los Santos Paterno, Udoceo y otros. Mas, por otra parte,
su odio nacional contra los anglosajones fue creciendo de tal manera que
imposibilitaba por completo cualquier intento de evangelización. De este modo,
el pueblo anglosajón persistía en el paganismo, y en las siete provincias en
que había dividido la Gran Bretaña el cristianismo había prácticamente
desaparecido.
Pero lo que los cristianos bretones, movidos de su odio nacional
contra los anglosajones, no querían o no podían realizar, es decir, la
conversión de este pueblo pagano, lo intentó y realizó el Romano Pontífice
desde Roma. Ya fue un buen principio el hecho de que, a fines del siglo VI, el
joven rey de Kent, Ethelberto, aunque pagano, tomó por esposa a la cristiana
Berta, hija del rey merovingio de Francia, y al mismo tiempo la dejó en plena
libertad para practicar su religión. Tal vez este hecho fue el que suscitó en
San Gregorio Magno (590-604) la idea de la evangelización de tan noble pueblo.
El hecho, bien atestiguado por los historiadores antiguos, es que este gran
Papa dio orden al presbítero Cándido, administrador suyo en los territorios
provenzales pertenecientes al patrimonio de San Pedro, para que le procurara
algunos esclavos anglosajones, muy abundantes entonces en el puerto de
Marsella. Su plan era educarlos en algunos monasterios de Roma y enviarlos
luego a evangelizar a sus compaisanos de la Gran Bretaña.
Pero San Gregorio Magno, el hombre de las grandes empresas, no tuvo
paciencia para esperar la realización de este plan, que necesariamente debía
ser muy lento. La circunstancia de la muerte, a principios del 596, del rey de
Austrasia y la subida al trono de Brunequilda, tan adicta a los planes de San
Gregorio, acabó de determinarlo. Efectivamente, el mismo año 596 escogió al
abad Agustín, bien conocido por la solidez de sus virtudes y su espíritu
ardiente y emprendedor, que no se arredraba ante ninguna dificultad cuando se
trataba del servicio de Dios, para que, acompañado de un buen número de monjes
misioneros, acometiera aquella gloriosa empresa de la conversión de Inglaterra.
Escogidos, pues, los treinta y nueve monjes que debían acompañarle, partieron
en la primavera del año 596 para Francia en dirección a la Gran Bretaña.
Llegados a la Provenza, se detuvieron unos días en el célebre
monasterio de Lerins, donde fueron magníficamente acogidos por su abad Esteban,
el obispo de Aix, Protasio, y el patricio Arigio. Ansioso San Agustín de dar
comienzo a su empresa, siguió preparando todo lo que era necesario para la
misión de Inglaterra; pero, entretanto, sus compañeros se espantaron de tal
manera al escuchar de los monjes de Lerins las descripciones sobre las
dificultades de la conversión de los anglosajones, y sobre todo sobre la
extrema crueldad de este pueblo, que Agustín se vio forzado a volver con ellos
a Roma.
Pero San Gregorio Magno no retrocedía fácilmente ante una empresa
comenzada. Haciéndose cargo de las inmensas dificultades que se oponían a tan
ardua empresa, con la afectuosa energía que le era característica, procuró
suscitar en el corazón de aquellos misioneros los sentimientos de generosidad
con el Señor, que los escogía para una obra tan de gloria suya; invistió a San
Agustín con la dignidad abacial, les proveyó abundantemente de cartas de
recomendación para los obispos de Francia y la reina Brunequilda, y de este
modo partieron de nuevo, llenos del mayor entusiasmo, para Inglaterra. Pasaron
el invierno en Autun, siguieron luego por Orleáns y Tours, y, finalmente,
acompañados de algunos intérpretes, se embarcaron, probablemente en Boulogne,
con rumbo a la Gran Bretaña.
Era la hora señalada por la Providencia. En la primavera del año 597
San Agustín de Inglaterra, con el ejército de monjes que le acompañaban,
desembarcaba en la isla de Thanet, es decir, en el mismo lugar donde siglo y
medio antes habían desembarcado los invasores. La segunda conquista de
Inglaterra que ahora se emprendía, era más difícil y debía durar más tiempo que
la primera; era de un tipo puramente espiritual. Las crónicas antiguas se
complacen en presentarnos a la figura, casi gigantesca, de San Agustín, que
sobresalía por encima de todos los demás. Al acudir el rey Ethelberto a su
llamada, los misioneros aparecieron ante él llevando por delante una gran cruz
y recitando procesionalmente las letanías. Impresionado el rey ante aquel
espectáculo y ante la petición que se le hacía de que se les concediera amplia
libertad para predicar el Evangelio, quiso primero escuchar una exposición
sumaria sobre la doctrina cristiana y la obra redentora de Jesucristo, y luego
concedió generosamente lo que le suplicaban.
Agustín y sus compañeros pusieron al punto manos a la obra.
Dirigiéronse a Dorovernum o Cantorbery, capital de la provincia o reino de
Kent, y allí junto a la capilla de San Martín, utilizada por el capellán de la
reina Berta, Liudardo, establecieron su primera residencia e iniciaron la
predicación. El pueblo acudía espontáneamente a la explicación del Evangelio de
Cristo, y, viendo el admirable ejemplo de San Agustín y sus compañeros, se
sentían impulsados a la doctrina que les anunciaban. La primera conversión
insigne fue la del mismo rey, ya preparada por la suave influencia de su
cristiana esposa y el trabajo paciente de su capellán. Después de instruido
convenientemente, el 2 de junio del año 597, recibió las aguas del bautismo.
Con todo esto se fue preparando el gran acto de las Navidades del
597, que marcan, indudablemente, el punto de partida de la conversión en masa
del pueblo anglosajón. Con su acostumbrada prudencia, Ethelberto quiso dejar en
plena libertad religiosa a todos sus súbditos, y así gran número de nobles,
guerreros y masas del pueblo continuaron recibiendo la instrucción necesaria,
hasta que el 25 de diciembre se celebró con gran solemnidad el bautismo de una
inmensa muchedumbre, que algunos elevan a diez mil. Entre esta multitud de
nuevos cristianos se hallaban muchos miembros de la más elevada nobleza de
Kent. El celo apostólico de San Agustín recibía su primera recompensa. Con esto
quedaba él consagrado como el apóstol de los anglosajones, el apóstol de
Inglaterra.
Fácilmente se comprende la inmensa alegría que experimentó el papa
San Gregorio Magno al recibir la noticia de todos estos acontecimientos de boca
del presbítero Lorenzo y del monje Pedro, enviados expresamente a Roma por San
Agustín. Su ensueño era ya una realidad. Sin poder contener su entusiasmo,
escribió al punto a su amigo Eulogio, patriarca de Alejandría, dándole cuenta
de tan halagüeñas noticias. Asimismo dirigió sendas cartas de congratulación a
sus colaboradoras, Brunequilda, reina de Austrasia y Neustria, y Berta, esposa
de Ethelberto, de Kent. Pero, sobre todo, escribió a San Agustín, héroe
principal e instrumento de Dios en la conversión de Inglaterra.
Por su parte, Agustín procuró desde entonces asegurar y llevar
adelante la obra comenzada. Para ello, sea antes del gran acto de las
Navidades, sea poco después de él, se dirigió a Francia, y allí recibió del
obispo de Arlés la consagración episcopal. Por otra parte, el presbítero
Lorenzo y el monje Pedro volvieron pronto de Roma cargados de reliquias,
instrumentos del culto y libros religiosos, que fascinaban a los pueblos recién
convertidos; pero, sobre todo, traían consigo nuevos misioneros, que el Papa
enviaba a Inglaterra. Ethelberto, por su parte, colaboraba a esta grandiosa
obra de San Agustín. Hizo donación de su propio palacio, que al punto fue
convertido en monasterio y residencia del obispo, En lugar de un templo pagano,
hizo levantar una iglesia cristiana, dedicada a San Pancracio, y no lejos de
allí hizo construir la abadía de San Pedro y San Pablo, que más tarde tomará el
título de abadía de San Agustín, tumba de los reyes y obispos de Kent. En el
interior de la ciudad se elevará la iglesia de Cristo, que recordará la
basílica de Letrán, de Roma.
De este modo, la obra de San Agustín realiza rápidos progresos. Por
esto, el año 601 envía de nuevo a Roma sus legados Lorenzo y Pedro, quienes
informan ampliamente al Papa y le piden nuevos misioneros y abundantes
instrucciones para su obra de evangelización. A todo accede San Gregorio Magno,
lleno de comprensión y entusiasmado ante el heroísmo de aquellos abnegados
apóstoles. Una nueva expedición de doce misioneros sale de Roma para Inglaterra
en junio de 601, bajo la dirección de Melitón. Este lleva a San Agustín las
respuestas del Papa a multitud de consultas de orden disciplinario y litúrgico,
donde, dando el más insigne ejemplo de prudencia y comprensión y de lo que hoy
día se denomina espíritu de acomodación, da disposiciones acertadísimas.
Respecto de los templos "no conviene —decía—derribarlos, sino solamente
los ídolos en ellos existentes". De un modo semejante, por lo que se
refiere a las costumbres nacionales, "como hay costumbre —le dice— de
hacer sacrificios de bueyes a los demonios, es conveniente cambiarla en una
fiesta cristiana. Así las fiestas de la Dedicación y de los Mártires podrían
celebrarlas por medio de banquetes fraternales".
Junto con estas instrucciones, los nuevos misioneros y legados del
Papa traían a San Agustín otras misivas importantes. En primer lugar, le
entregaron de parte del Papa el palio arzobispal, a lo que se añadía su
nombramiento como primado de todas las iglesias de Inglaterra. Como complemento
de todo, enviaba el Papa un plan completo de la organización jerárquica de toda
la Gran Bretaña o la Heptarquía. que sólo, poco a poco, se fue realizando. Ante
todo, Londres y York, ya desde los bretones sedes episcopales, eran
constituidas en metropolitanas para el sur y norte de Inglaterra, y a cada una
se le asignaban doce sedes episcopales sufragáneas.
Tal fue el conjunto de las instrucciones y disposiciones enviadas por
San Gregorio Magno a Inglaterra el año 601. Indudablemente, las disposiciones
sobre la organización jerárquica eran prematuras. Pronto se vio que, en lugar
de Londres, era preferible erigir a Cantorbery como metropolitana y juntamente
primada de Inglaterra. Con el entusiasmo y el optimismo suscitado en Roma por
los triunfos obtenidos, fácilmente se imaginaban que la conversión de toda la
Heptarquía era cuestión de poco tiempo. Esto iría enseñando que en asunto tan
importante sólo se podía avanzar lentamente.
Así, pues, por el momento, San Agustín era el único obispo para la
Gran Bretaña sajona. Pero mientras los demás misioneros, alentados con los
nuevos estímulos y nuevos instrumentos recibidos de Roma, y robustecidos con la
nueva falange de apóstoles, continuaban avanzando en la evangelización del
territorio de Kent, San Agustín realizaba, por así decirlo, un intento de
carácter diplomático. Concibió, pues, el plan de entrevistarse con los
dirigentes de la iglesia bretona, con el fin de llegar a un acuerdo, con lo
cual obtendría de ellos gran abundancia de misioneros. Le era bien conocido el
odio existente entre las dos razas; pero era necesario intentar la unión, con
la esperanza de que el espíritu cristiano se sobrepusiera a todos los rencores
nacionales. Llegóse, pues, el mismo año 601 a una asamblea entre San Agustín y los
obispos y literatos bretones, representantes de su pueblo, venidos del gran
monasterio de Bangor. San Agustín se presentó como legado pontificio, y pidió
únicamente estas tres cosas: que renunciaran a su cómputo pascual; que
siguieran el rito romano en la celebración del bautismo, dejando un conjunto de
ceremonias especiales usadas entre ellos, y que trabajaran con los romanos en
la evangelización de los anglosajones. Fue imposible llegar a un acuerdo. Ni
podían avenirse a reconocer la autoridad superior de San Agustín, ni a
abandonar sus ritos llamados culdeos, y mucho menos a evangelizar a
sus mortales enemigos, los anglosajones.
Reducidos, pues, a sus propias fuerzas, San Agustín y sus compañeros
se lanzaron con nuevos bríos al trabajo de misionización. De este modo, en 604,
a la muerte del gran protector de Inglaterra, San Gregorio Magno, se pudo
establecer un segundo obispado en Rochester con su primer obispo, justo, quien
inició sus ministerios en una humilde iglesia con el título de San Andrés. Al
mismo tiempo se organizó un tercer obispado en Londres, mientras se iniciaba la
evangelización de Essex. En efecto, Londres era la capital de la provincia o
reino de Essex, y allí residía su príncipe Sébert, sobrino de Ethelberto de
Kent. Envíale, pues, éste algunos misioneros, a cuya cabeza iba Melitón, a
quien se nombró obispo de la nueva iglesia de Londres. El mismo Ethelberto
sufragó los gastos para la construcción de la primera iglesia, dedicada a San
Pablo, con todo lo cual se inició la misión de Essex, que poco después fue
tomando rápido incremento.
Hasta este punto llegó la obra de San Agustín en la conversión de la
Gran Bretaña sajona, Al morir él en mayo de 605 sucedióle su discípulo
predilecto Lorenzo, consagrado por él poco antes de morir. El territorio de
Kent quedaba convertido en una buena parte, y se había iniciado la conversión
de Essex. Además del obispado de Cantorbery existían los dos de Rochester y
Londres. No era muy grande la extensión alcanzada por las conversiones
anglosajonas, pero la semilla estaba echada. Aun estos territorios
evangelizados tuvieron que atravesar una difícil prueba; pero la semilla se
desarrolló después hasta llegar, durante todo el siglo VII, a la conversión de
toda la Heptarquía. La encarnizada oposición entre los bretones y los
anglosajones continuó durante largos años, hasta que, al fin, el año 664 se
llegó a la definitiva unión, si bien a costa de alguna escisión dolorosa.
Se ha pretendido rebajar el mérito de la obra y la personalidad de
San Agustín de Inglaterra atribuyendo, por un lado, toda la gloria a San
Gregorio Magno, y, por otro, echándole a él la culpa de la desunión con los
bretones. Pero esto es sacar las cosas de sus quicios. En los comienzos de la
gran empresa de la conversión de los anglosajones San Gregorio Magno, tiene la
gloria de haberla ideado y protegido, y San Agustín la no menos grande de
haberla realizado. Por otra parte, la desunión entre los bretones y
anglosajones era cuestión de razas, exacerbada por los excesos cometidos por
los invasores, y sólo con el tiempo pudo ser poco a poco superada. San Agustín
fue sumamente venerado en la Edad Media y merece justamente el título de
apóstol de la Gran Bretaña.
BERNARDINO LLORCA, S. I.
http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/05/05-27_S_agustin_de_canterbury.htm http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/05/05-27_S_agustin_de_canterbury.htm
AFRAAT
El Padre más antiguo de la Iglesia siria es AFRAAT, que entre el 337 y el 345 escribió 23 tratados que vienen a resumir toda la vida cristiana.
Demostraciones
La
verdadera circuncisión:
La ley y la alianza
antiguas fueron totalmente cambiadas. Primeramente, el pacto con Adán fue
sustituido por el de Noé; más tarde, el concertado con Abraham fue reformado
por el de Moisés. Mas como la alianza mosaica no fue observada, al llegar la
plenitud de los tiempos vino la nueva alianza, ésta ya definitiva. En efecto,
el pacto con Adán se basaba en el mandato de no comer del árbol de la vida; el
de Noé en el arco iris; el de Abraham, elegido por su fe, en la circuncisión,
como sello característico de su descendencia; el de Moisés en el cordero
pascual, propiciación para el pueblo.
Todas estas alianzas eran
diversas entre sí. Ahora bien, la circuncisión grata a los ojos de aquel de
quien procedían todas estas alianzas es la que dice Jeremías: Circuncidad
el prepucio de vuestros corazones. Pues si el pacto concertado por
Dios con Abraham fue firme, también éste es firme e inmutable, y ninguna ley se
le puede añadir, ya venga de los que están fuera de la ley, ya de los que están
sometidos a la ley.
Dios, en efecto, dio a
Moisés la ley con todas sus observancias y preceptos, mas, como ellos no la
observaron, anuló la ley y sus preceptos; prometió que había de establecer una
nueva alianza, la cual afirmó que sería distinta de la primera, por más que el
mismo sea el autor de ambas. Y ésta es la alianza que prometió darnos: Todos
me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no
existe la circuncisión carnal como signo de pertenencia a su pueblo.
Sabemos con certeza,
queridos hermanos, que Dios impuso, en las diversas generaciones, unas leyes,
que estuvieron en vigor hasta que él quiso y que más tarde quedaron anuladas,
tal como dice el Apóstol, a saber, que el reino de Dios subsistió
antiguamente en multitud de semejanzas, según las diversas épocas.
Ahora bien, nuestro Dios
es veraz y sus preceptos son fidelísimos; por esto cada una de las alianzas fue
en su tiempo firme y verdadera, y los circuncisos de corazón viven y son de
nuevo circuncidados en el verdadero Jordán, que es el bautismo para el perdón
de los pecados. Jesús, hijo de Nun, o sea Josué, circuncidó al pueblo por
segunda vez con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el
Jordán: Jesús, nuestro salvador, circuncida por segunda vez, con la
circuncisión del corazón, a todos los que creen en él y reciben el baño
bautismal, los cuales son circuncidados con la espada, que es la
palabra de Dios, más tajante que espada de dos filos.
Jesús, hijo de Nun,
introdujo al pueblo en la tierra prometida; Jesús, nuestro salvador, ha
prometido la tierra de la vida a todos los que atraviesen el verdadero Jordán,
crean y sean circuncidados en su corazón.
Dichosos, pues, los que
han sido circuncidados en el corazón y han renacido de las aguas de la segunda
circuncisión; éstos recibirán la herencia junto con Abraham, guía fidedigno y
padre de todos, ya que su fe le fue reputada como justicia.
(11, 11-12; Liturgia de
las Horas)
http://www.mercaba.org/Moline/afraat.htm http://www.mercaba.org/Moline/afraat.htm
«HIMNO AKATHISTOS»
El Himno Akathistos (que literalmente significa «estando de pie»,
porque se canta en esta posición) es el himno mariano más
famoso del Oriente cristiano y quizá de la Iglesia entera.
Compuesto en griego, a finales del siglo V, es de autor
desconocido. Su paternidad se ha atribuido a diversos personajes,
pero no hay ninguna prueba concluyente, y quizá sea mejor así.
Como dice un comentarista moderno, «está bien que el himno sea
anónimo. Así el himno es de todos, porque es de la Iglesia».
Efectivamente, desde principios del siglo VI la Iglesia bizantina lo
incluyó en su liturgia como la expresión más alta del culto a la
Santísima Virgen y lo canta en muchas ocasiones, de modo
especialmente solemne en el sábado de la 5ª semana de
Cuaresma.
La estructura métrica del texto original es de una perfección
suma, difícil de verter a otras lenguas. Las veinticuatro estrofas
que lo componen (unas más largas, otras más breves,
alternativamente) se distribuyen por igual en dos partes: una
evangélica y otra dogmática. La primera parte escenifica la
narración evangélica en una serie de cuadros, que van desde la
Anunciación al encuentro de María con el anciano Simeón en el
Templo de Jerusalén. La segunda parte expone los principales
artículos de la fe mariana de la Iglesia: perpetua virginidad,
maternidad divina, mediación de gracia desde el Cielo.
El Himno Akathistos es común a todos los cristianos de rito
bizantino, sean católicos u ortodoxos. Constituye, pues, un puente
vetusto y solemne hacia la plena comunión entre la Iglesia de
Oriente y de Occidente.
LOARTE
*
* * * *
María en el Evangelio
(Himno Akathistos, I
parte, estrofas 1-12)
1. El más excelso de los ángeles fue enviado desde el Cielo para
decir «Ave» a la Madre de Dios. Al transmitir su incorpóreo saludo,
viéndote hecho hombre en Ella, Señor, extasiado el ángel, de este
modo a la Madre aclamó:
1. El más excelso de los ángeles fue enviado desde el Cielo para
decir «Ave» a la Madre de Dios. Al transmitir su incorpóreo saludo,
viéndote hecho hombre en Ella, Señor, extasiado el ángel, de este
modo a la Madre aclamó:
Ave, por ti resplandecen
los gozos,
Ave, por ti se disuelve el
dolor,
Ave, rescate del llanto de
Eva,
Ave, salud de Adán que
cayó.
Ave, Tú cima sublime a humano intelecto,
Ave, Tú abismo insondable
a mirada de ángel,
Ave, Tú llevas a Aquél que
todo sostiene,
Ave, Tú eres la sede del
trono real.
Ave, oh estrella que al
Astro precedes,
Ave, morada del Dios que
se encarna,
Ave, por ti se renueva el
creado,
Ave, por ti se hace niño
el Señor.
¡Ave, Virgen y
Esposa!
2. Bien sabía María que
era Virgen sagrada, y por eso respondió
a Gabriel: «Tu singular mensaje se muestra incomprensible a mi
alma, pues anuncias un parto de virginal seno, exclamando:
¡Aleluya!»
Aleluya, aleluya, aleluya!
a Gabriel: «Tu singular mensaje se muestra incomprensible a mi
alma, pues anuncias un parto de virginal seno, exclamando:
¡Aleluya!»
Aleluya, aleluya, aleluya!
3. Ansiaba la Virgen
comprender el misterio, y preguntaba al
Mensajero divino: «¿Podrá mi seno virginal dar a luz un hijo?
¡Dímelo!». Y aquél, reverente, aclamándola, así respondió:
Ave, presagio de excelsos designios,
Mensajero divino: «¿Podrá mi seno virginal dar a luz un hijo?
¡Dímelo!». Y aquél, reverente, aclamándola, así respondió:
Ave, presagio de excelsos designios,
Ave, Tú prueba de arcano
misterio,
Ave, prodigio primero de
Cristo,
Ave, compendio de toda
verdad.
Ave, oh escala celeste que
baja el Eterno,
Ave, oh puente que llevas
los hombres al Cielo,
Ave, de coros celestes
cantado portento,
Ave, oh azote que ahuyenta
a la horda infernal.
Ave, la Luz inefable has
portado,
Ave, Tú el «modo» a nadie
has contado,
Ave, la ciencia de sabios
trasciendes,
Ave, Tú enciendes al fiel
corazón.
¡Ave, Virgen y esposa!
4. La Virtud del Altísimo
cubrió con su sombra e hizo Madre a la
Virgen que no conocía varón: aquel seno, hecho fecundo desde lo
Alto, se convirtió en campo ubérrimo para todos los que quieren
alcanzar la salvación, cantando de esta manera: ¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya, aleluya!
Virgen que no conocía varón: aquel seno, hecho fecundo desde lo
Alto, se convirtió en campo ubérrimo para todos los que quieren
alcanzar la salvación, cantando de esta manera: ¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya, aleluya!
5. Con el Señor en su
seno, presurosa, María subió a la
montaña y habló con Isabel. El pequeño Juan, en el vientre de su
madre, oyó el virginal saludo y exultó; saltando de gozo, cantaba a
la Madre de Dios:
montaña y habló con Isabel. El pequeño Juan, en el vientre de su
madre, oyó el virginal saludo y exultó; saltando de gozo, cantaba a
la Madre de Dios:
Ave, sarmiento del más
santo Brote,
Ave, renuevo de un Fruto
sin mancha,
Ave, das vida al Autor de
la vida,
Ave, cultivas a tu
Agricultor.
Ave, Tú campo que muestras
las más ricas gracias,
Ave, Tú mesa que ofreces
los dones mejores,
Ave, un pronto refugio a
los fieles preparas,
Ave, un pasto agradable Tú
haces brotar.
Ave, Tú incienso agradable
de súplicas,
Ave, del mundo suave
perdón,
Ave, clemencia de Dios con
el hombre,
Ave, confianza del hombre
con Dios.
¡Ave, Virgen y Esposa!
6. Con el corazón turbado
y encontrados pensamientos, el sabio
José se agitaba en la
duda; admirándote intacta, sospecha
esponsales secretos, oh
Inmaculada! Y cuando te supo Madre por
obra de Espíritu Santo,
exclamó: ¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya,
aleluya!
7. Los pastores oyeron los
coros de los ángeles que cantaban a
Cristo, bajado entre nosotros. Corriendo a ver al Pastor, lo
contemplan como cordero inocente, que se nutre al pecho de la
Virgen, y cantan así:
Cristo, bajado entre nosotros. Corriendo a ver al Pastor, lo
contemplan como cordero inocente, que se nutre al pecho de la
Virgen, y cantan así:
Ave, Tú Madre del
Pastor-Cordero,
Ave, recinto del rebaño
fiel,
Ave, defensa de fieras
malignas,
Ave, guardiana de la
eternidad.
Ave, por ti con la tierra
exultan los cielos,
Ave, por ti con los cielos
se goza la tierra,
Ave, voz eres perenne de
Apóstoles santos,
Ave, de Mártires fuertes
invicto valor.
Ave, potente sustento de fe,
Ave, de gracia esplendente
pendón,
Ave, por ti fue expoliado
el infierno,
Ave, por ti nos vestimos
de honor.
¡Ave, Virgen y
Esposa!
8. Observando la estrella
que guiaba al Eterno, los Magos
siguieron su fulgor. Fue luminaria segura para ir en busca del
Poderoso, del Señor. Y alcanzando al Dios inalcanzable, lo
aclaman felices: ¡Aleluya!
siguieron su fulgor. Fue luminaria segura para ir en busca del
Poderoso, del Señor. Y alcanzando al Dios inalcanzable, lo
aclaman felices: ¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya,
aleluya!
9. Los Magos contemplaron
en los brazos maternos al Sumo
Hacedor del hombre. Sabiendo que era el Señor, aunque bajo la
apariencia de siervo, premurosos le ofrecieron sus dones, diciendo
a la Madre bienaventurada:
Hacedor del hombre. Sabiendo que era el Señor, aunque bajo la
apariencia de siervo, premurosos le ofrecieron sus dones, diciendo
a la Madre bienaventurada:
Ave, oh Madre del Astro
perenne,
Ave, aurora del místico
día,
Ave, las fraguas de
errores Tú apagas,
Ave, conduces con tu
brillo a Dios.
Ave, al odioso tirano arrojaste
del trono,
Ave, Tú a Cristo nos das,
clemente Señor,
Ave, rescate Tú eres de
ritos nefandos,
Ave, Tú eres quien salvas
del cieno opresor.
Ave, Tú el culto del fuego
destruyes,
Ave, Tú extingues la llama
del vicio,
Ave, Tú enseñas la ciencia
al creyente,
Ave, Tú gozo de todas las
gentes.
¡Ave, Virgen y
Esposa!
10. Pregoneros de Dios
fueron los Magos en el camino de
vuelta. Cumplieron tu vaticinio y te predicaban, oh Cristo, a todos,
sin preocuparse de Herodes, el necio, que era incapaz de cantar:
¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya, aleluya!
vuelta. Cumplieron tu vaticinio y te predicaban, oh Cristo, a todos,
sin preocuparse de Herodes, el necio, que era incapaz de cantar:
¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya, aleluya!
11. Iluminando Egipto con
el esplendor de la verdad, arrojaste
las tinieblas del error, porque los ídolos de entonces, Señor,
debilitados por la fuerza divina, cayeron. Y los hombres, salvados,
aclamaban a la Madre de Dios:
las tinieblas del error, porque los ídolos de entonces, Señor,
debilitados por la fuerza divina, cayeron. Y los hombres, salvados,
aclamaban a la Madre de Dios:
Ave, desquite del género
humano,
Ave, derrota del reino
infernal,
Ave, Tú aplastas mentiras
y errores,
Ave, Tú muestras la gran
falsedad.
Ave, Tú mar que devoras al
gran Faraón,
Ave, Tú roca que manas el
Agua de Vida,
Ave, columna de fuego que
guías de noche,
Ave, refugio del mundo
cual nube sin par.
Ave, dadora del maná
celeste,
Ave, nodriza de los gozos
santos,
Ave, Tú místico hogar
prometido,
Ave, de leche y de miel
manantial.
¡Ave, Virgen y
Esposa!
12. El viejo e inspirado
Simeón estaba a punto de dejar este
mundo engañoso. Fuiste dado a él como párvulo, pero en ti
reconoció al perfecto Señor; y estupefacto, admirando la divina
Sabiduría, exclamó: ¡Aleluya!
mundo engañoso. Fuiste dado a él como párvulo, pero en ti
reconoció al perfecto Señor; y estupefacto, admirando la divina
Sabiduría, exclamó: ¡Aleluya!
¡Aleluya, aleluya,
aleluya!
http://www.mercaba.org/TESORO/himno_akathistos.htm http://www.mercaba.org/TESORO/himno_akathistos.htm
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